En el debate en torno a la situación de los embriones, la problemática de quienes sufren la infertilidad o esterilidad ha quedado relegada frente al creciente interés existente en torno a los embriones como material biológico para investigación. En el mundo los embriones son codiciados por su potencialidad biológica.
Por un lado, de la mano de la ingeniería genética va surgiendo un mercado reproductivo, donde los gametos se convierten en la materia prima para producir al nuevo hijo. En EEUU se llegan a pagar hasta u$ 50.000 dólares por óvulos de las mujeres más inteligentes, jóvenes y bellas de las mejores universidades. También los embriones tienden a ser un bien transable y se avanza en su regulación, al punto que Alemania tiene una ley de importación y exportación de embriones humanos del año 2002. Algunos grupos incluso están dedicados a concebir embriones con fines comerciales o de investigación biotecnológica, o bien recurren a los embriones que quedan sobrantes o son abandonados en la aplicación de las técnicas de fecundación. Con la genética se pueden hacer estudios para mapear las enfermedades de esos embriones y ya saber cuáles son “normales” y cuáles no. Por su parte, empresas de salud presionan para que sólo se seleccionen los mejores y se eliminen a los “anormales”, pues de otro modo niegan cobertura si era posible evitar tal situación.
No nos equivoquemos. Al reformar su Código Civil, Argentina enfrenta este escenario. Se habla de 15.000 embriones congelados en nuestro país. En realidad esa cifra corresponde a datos de solo 7 centros de la Ciudad de Buenos Aires en el año 2007 y seguramente la cantidad es mucho mayor, máxime si consideramos que no hay controles de ningún tipo en esta materia.
Otro gran negocio son las patentes biotecnológicas sobre embriones. Hay dos grandes tendencias en geopolítica: Europa adopta una postura restrictiva y no permite el patentamiento de invenciones con embriones humanos, mientras que Estados Unidos sí lo permite y un grupo tiene una clara posición dominante (WARF-Geron). Pero incluso Estados Unidos bajo el presidente Obama no admite utilizar fondos públicos para financiar proyectos que impliquen destruir embriones humanos.
La conclusión lógica es: ¿por qué existen tantos reparos a patentar o destruir embriones? Y la respuesta es clara: porque son seres humanos, distintos de su padre y su madre genéticos.
En contra de la tradición jurídica argentina, el proyecto de Código Civil quiere negarle al embrión humano los derechos básicos y pasar a considerarlo como una cosa. Y si es cosa se puede comprar y vender, donar y usar para experimentación. Esta pretensión, que choca con la Constitución, ciertamente restringe derechos y se presta a esta inadmisible mercantilización de la vida humana.
Estamos a tiempo de tomar un camino más humanista para ampliar derechos para todos, incluyendo a los pequeños embriones humanos.