India es uno de los países más fuertemente asociado a la práctica del alquiler de vientre. Muchas y variadas son las consecuencias de esta técnica, pero queremos enfocarnos en el relato[1] de Julie Bindel, periodista del diario “The Guardian”, que realizó un viaje a India para conocer en primera persona la realidad de la industria de la gestación por sustitución.
El comercio de la maternidad subrogada es ilegal en una gran cantidad de países, Gran Bretaña, Francia, España, Alemania, Italia, entre otros. En India no solo está permitido sino que se estima que recaude aproximadamente mil millones de dólares por año.
Cabe mencionar que las políticas de India en esta materia estuvieron cambiando en los últimos tiempos. El año pasado el gobierno restringió la posibilidad de acceder a la gestación por sustitución a las parejas extranjeras [2], salvo que alguno de los dos cuente con un pasaporte indio y tenga aceptada la residencia. Por otro lado, se negó la posibilidad de que parejas del mismo sexo utilicen estas prácticas. Si bien dicha disposición limitaría el comercio de vientres, no pareciera frenarlo de una manera categórica.
Las madres que alquilan su vientre tienen una ganancia de u$s 4.500, suma considerable teniendo en cuenta que el ingreso promedio de un trabajador rondaba los u$s 215 mensuales para el año 2012. Las clínicas, por su parte, cobran un monto cercano a los u$s 25.000 a los que solicitan ser padres subrogantes. Se cree que esta última cifra ronda la quinta parte de lo que puede costar el alquiler en Estados Unidos.
Julie Bindel, en su itinerario, visitó cuatro clínicas en Gujarat, uno de los estados más religiosos de India. En la primera contó con un amplio panorama de la situación. Le comentaron las reformas que el gobierno indio estaba llevando a cabo pero, sin embargo, explicaron que en la actualidad doce mil extranjeros acuden a India por año a fin de practicar la técnica. Luego, señalaron que es común la técnica de implantar embriones en varias madres y en el caso que el embarazo continúe en más de una, efectuarían los abortos necesarios para que nazca un solo bebé.
La institución afirmó que las madres que alquilan su útero son usualmente de condición humilde, pero los óvulos implantados provienen de jóvenes de no más de 25 años de clase alta, quienes sufren una suerte de chequeo procurando descartar posibles enfermedades hereditarias.
La segunda clínica a la que concurrió se encontraba en los suburbios de Ahmendabad, la ciudad más grande del estado. Julie comentó que estaba buscando tanto donación de óvulos como subrogación y resueltamente le contestaron: “hacemos todo eso”. Otra respuesta que llamó la atención fue la que le dieron al informarle que no le proveerían el servicio por ser extranjera: sostuvieron que la resolución del gobierno de negar la subrogancia a gente de otras nacionales se debía a casos donde los padres solicitantes abandonaban a los hijos. Probablemente se refería al caso “Baby Gammy”, niño con Síndrome Down abandonado por los padres australianos, asunto que comentamos en otra oportunidad [3]
La periodista acudió a la tercera clínica, y luego de llenar los formularios y pagar la consulta pasó a elegir la donante de óvulos. Contaba con la posibilidad de elegir la altura, color de pelo, etc. No solo tenía la chance de elegir la donante de los óvulos, sino también la madre que llevaría adelante el embarazo, para lo cual le proveyeron un catálogo a fin de seleccionar entre diferentes opciones.
No puede pasarse por alto lo que le hicieron saber en las cuatro clínicas: remarcaron la conveniencia de que la mujer embarazada permanezca en su hogar durante los nueve meses. Si prefería que ello no fuera así, podía pactarse un precio.
Las clínicas le proporcionan drogas a la madre gestante con el objeto de que no produzca leche y así acotar las posibilidades de generar lazos con el bebé.
En cuanto a la última clínica, ratificaron los dichos de la anterior. El marido de la madre que ofrece el útero cumple un papel importante. Será él quien controle que la joven se cuide y lleve un embarazo adecuado. Se consultó expresamente por las reformas normativas en torno a la maternidad subrogada de ese país. La respuesta era la esperada: si bien desde el gobierno se promueven políticas para limitar estas prácticas, éstas se efectúan de todas maneras por ser una industria que no está regulada.
La conclusión de Julie es clara: “Me siento mal ante la idea de vientres en alquiler. Sentada en la clínica, viendo a las mujeres elegantemente vestidas accediendo a servicios de fertilidad, lo único que podía pensar era en lo desesperada que una mujer debe estar para llevar un embarazo por dinero. […] Viendo la recepcionista sonriente rellenar formularios en nombre de los padres sustitutos, sólo podía preguntarme la miseria y el dolor experimentado por las mujeres que van ser vistas como un recipiente”.
Por nuestra parte podemos agregar que, en definitiva, el alquiler de vientres no hace otra cosa que afectar la dignidad humana al tratar a un ser humano como una cosa comerciable y objeto de un contrato. Por otro lado, se priva al niño de uno de los vínculos fundamentales de su identidad, la madre que lo gestó y dio a luz. La segunda afectada es la mujer que, como afirma Julie, es considerada como un mero envase.
Informe de Juan Bautista Eleta
Fuentes: