En la Argentina decenas de miles de mujeres sufren abusos en el marco de lo que podríamos llamar la subcultura del machismo, la cual es transversal a todos los sectores sociales. Para que tales abusos sean posibles, se da como constante la combinación de baja autoestima en la mujer y de indiferencia social. En este contexto quienes hacemos el voluntariado de apoyo a la mujer en situación de vulnerabilidad vemos, más de lo que podría imaginarse, un incesante desfile de mujeres presionadas por sus parejas (estables u ocasionales) a pedir un aborto. Es que en la dinámica machista de cosificación de la mujer, el embarazo inesperado se soluciona con tanta “facilidad”, sin importar los sufrimientos que puedan sobrevenirle a la madre. Dejar fuera del debate esta realidad del aborto como una forma perversa y para nada sutil del machismo es ¿ignorancia culpable o hipocresía social? El feminismo radical nada dice al respecto.
Pero no se trata de la única forma de presión y de ejercicio de la hipocresía. Las mujeres también son presionadas por su familia (“me echan de la casa”) por sus empleadores (“voy a perder mi trabajo”), por sus miedos (“no puedo afrontarlo”), por vergüenza ante sus amistades (“no dejes que esto te complique la vida”), por situaciones de extrema pobreza, por la angustia de encontrarse en soledad, de no tener con quién hablar; y también por sus proyectos en riesgo (estudio, trabajo, viaje, etc.). En estos contextos es frecuente que se dé esta respuesta de parte de la pareja: “hacé lo que quieras, yo te apoyo en lo que decidas”. Menudo apoyo al dejarla sola en la decisión. Cuando la mujer necesita una real contención ¡se encuentra con estos émulos de Poncio Pilatos!
Las mujeres que se plantean la posibilidad de un aborto no suelen ser ideólogas que buscan empoderamiento, sino personas reales angustiadas con situaciones muy difíciles, que de ningún modo deben ser infravaloradas. En suma, cualquier mujer en ese trance lo que necesita es contención, apoyo, afecto, acceso a información veraz y –en ciertos casos- algún tipo de asistencia. En definitiva, que se le brinde un ámbito para ver las cosas con objetividad y para tomar decisiones con conocimiento de causa y de las consecuencias. Porque otra realidad escondida y negada con hipocresía, es que el aborto trae consecuencias traumáticas de muy diversa índole. Ya no alcanza con negar esta realidad, la gente tiene cada vez más conciencia de que el aborto no es gratis ni seguro en sus consecuencias, aunque se hable de su gratuidad económica y de profilaxis médica. El aborto por ser irreversible, se inscribe en la historia de cada mujer que aborta, porque rompe con violencia el vínculo más fuerte de la naturaleza humana, cual es el de la madre con su hijo. Un aborto en una clínica “cinco estrellas” no soluciona la angustia futura de mirar hacia donde debiera estar la hija o el hijo y encontrar… un vacío.
Los países que legalizaron el aborto ostentan un crecimiento exponencial en cantidad de abortos. La ley que aquí se propicia no es la respuesta al sufrimiento de las mujeres argentinas, sino que forma parte de una agenda ideológico-política que no hará sino agregar otra presión más a la mujer. La de la maquinaria de la asistencia social y el sistema médico públicos orientada a aconsejar abortos y a producirlos en forma masiva. Porque si es legal, y por definición “seguro”, es una opción lícita; y si el médico lo aconseja como la mejor alternativa, es un consejo que se adopta dócilmente en un momento de gran vulnerabilidad. Y después es cuando se aprecia que las “soluciones” que se buscaban en el corto plazo no son tales; y que la pareja abusiva, la pareja egoísta, o la sociedad hipócrita que lo aconsejaban, no valían la pena. Por el contrario, la alegría perdurable del recíproco amor con el hijo sí vale la pena, justificando en el balance de una vida, aún las dificultades más arduas.
Por José Durand Mendioroz, abogado, voluntario para la contención de mujeres en situación de vulnerabilidad, Red Salta, Familia Vida y Educación.