No son tantas las cuestiones sobre las que la opinión pública se expresa de modo tan uniforme en nuestro país, pero en el severo juicio de valor realizado a raíz de las incontables expresiones de violencia sobre las que nos informamos diariamente en nuestro país pareciera expresarse un consenso prácticamente unánime.Es que la violencia se ha convertido en moneda corriente y por eso se afirma al unísono la necesidad de una profunda y urgente transformación de nuestra sociedad.
Recientemente se ha convocado a una movilización asociada, entre otras cuestiones, a actos de violencia ejercidos contra la mujer. Ciertamente los hechos policiales que han trascendido y actuaron como catalizadores del evento ameritan un enérgico rechazo; no pueden tolerarse más delitos contra la integridad sexual y física de las mujeres.
El escenario es claro y como punto de partida eso es -aunque triste- una ventaja, en la medida en que nos permite ensayar posibles soluciones. En este estadio de rechazo generalizado queda pendiente pasar del plano descriptivo al propositivo, pretendiendo el desarrollo e implementación de medidas concretas tendientes a prevenir y limitar los efectos de actos de violencia.
Pero con independencia del enfoque que desde el Derecho Penal pueda realizarse y las posibles medidas de política criminal a desplegar, vale reparar en el escenario del cual partimos. La violencia no sólo crece en su magnitud, sino que adopta nuevas formas, a veces reflejando mayor notoriedad por su poder destructivo y otras veces de modo más sutil, escapando a la mirada inexperta.
En rigor de verdad, la violencia no toma sólo forma de delito, pues tal no es más que la expresión de la voluntad del legislador al momento de calificar conductas y atribuirle efectos penales. La violencia, en cambio, es mucho más que figuras delictivas, es un vicio y como tal, hábito tristemente extendido en su práctica, ¿O acaso no somos testigos diarios de pequeñas expresiones de destrato y de sometimiento? Sorprende la habitualidad con la que vemos o sufrimos actos de violencia en la vía pública, en el trabajo, en los medios de comunicación, en el ámbito deportivo, político, escolare incluso, familiar. Nos acostumbramos a la violencia, la hemos naturalizado.
Nuevas formas de violencia
El violento, en general, parece comportarse con cierta cautela, no escatima reflexión en la elección de sus víctimas. Elige para desplegar su violencia a un destinatario idóneo sobre el que pueda ejercer algún tipo de sometimiento, sea éste físico, psicológico, jerárquico o económico. Pareciera que desde la óptica del victimario sólo se ejerce violencia contra quien puede, y si logra hacerlo librándose de toda sanción, mejor.
Históricamente, los colectivos excluidos han sido destinatarios de violencia por parte de otros considerados en mejor posición. Así, se han fundado sistemas perversos como el de la esclavitud, el trabajo infantil o la negación de derechos fundamentales en razón del origen racial, convicciones religiosas, condición socio-económica o sexo.
En el 2016 los destinatarios de la violencia siguen siendo quienes por diversos motivos se encuentran en una situación desventajosa: mujeres, niños, ancianos, personas discapacitadas, enfermos y poblaciones vulnerables en general.
Enfocando en algunos de los dilemas estudiados en este ámbito, cabe pensar, por ejemplo, en la clara explotación a que son sometidas las mujeres en países subdesarrollados a los que acuden clientes en búsqueda de vientres de alquiler, en los sujetos vulnerables en materia de investigación con seres humanos, en el creciente comercio, selección y destrucción de gametos y embriones en atención a sus características genéticas o en las personas por nacer en el drama del aborto.
Víctimas y victimarios son redefinidos diariamente y de allí que la reflexión sobre las nuevas formas de violencia sea urgente e ineludible, pues si pensamos la violencia en los términos del siglo pasado, seguiremos proponiendo soluciones anacrónicas e ineficientes. Hoy “la visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo”[1].
Un profundo cambio es necesario
El problema se presenta con contundencia, la actualidad está signada por un crecimiento de la violencia y por el surgimiento de formas novedosas de sometimiento y agresividad, prueba de la degradación social y de “una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social”[2]. El individualismo contemporáneo ha puesto en jaque incluso a los lazos sociales y familiares que parecían mantenerse incólumes y el contexto más propicio para el aumento de la violencia es, precisamente, aquel caracterizado por la debilidad de los lazos más profundos.
La radical transformación social anhelada por la gran mayoría de la sociedad, de todos modos, sólo podrá alcanzarse si los actores sociales abandonan posiciones reduccionistas que expresan intereses más ligados a grupos de poder nacionales e internacionales, que a los intereses genuinos de la población. Para reducir la violencia, en definitiva, debe cesar el fuego. No será posible terminar con las lamentables demostraciones de sometimiento y violencia mientras subsistan resentimientos e impere la falta de diálogo.
Desde el Centro de Bioética, Persona y Familia esperamos poder contribuir a ese diálogo pacífico y fructífero y así favorecer la cultura del encuentro y la consolidación de vínculos de fraternidad y justicia.
“Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente”[3].
Informe de Natalia Yachelini y Leonardo Pucheta
[1]Francisco. Laudato Si. 24 de mayo de 2015. N. 82. Disponible en línea en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[2]Francisco. Laudato Si. 24 de mayo de 2015. N. 46. Op. Cit.
[3]Francisco. Laudato Si. 24 de mayo de 2015. N. 229. Op. Cit.