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Neuro-ética: una exigencia de la neurociencia contemporánea.

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En un trabajo publicado el 24 de octubre de 2024 en Bioethics Update, Alberto Carrara aborda una serie de consideraciones respecto de los llamados “organoides cerebrales” desde una perspectiva neuro-ética[1].

Este breve boletín aspira a poner de relieve la línea argumental del autor, la que permite vislumbrar la relevancia del tópico propuesto, así como de una valoración ética necesaria.

Biotecnología de frontera

La velocidad en la evolución de la biotecnología contemporánea no tiene precedentes, todos los días asistimos al surgimiento de nuevas herramientas que superan a sus antecedentes y actualizan sus potencialidades. En ese marco, la aparición de los llamados “organoides humanos” genera muchas expectativas, especialmente en el ámbito de la salud.

El artículo reseñado en esta oportunidad se refiere específicamente a los “organoides celulares” y a los “organoides cerebrales”.

Por los primeros nos referimos a estructuras tridimensionales cultivadas a partir de células madre que imitan la funcionalidad de los órganos humanos, herramienta que posee utilidad para el desarrollo de la investigación biomédica, proporcionando una alternativa de mayor precisión y menor conflictividad ética en lo relativo a las pruebas con animales.

Por su parte, los organoides cerebrales constituyen un tipo específico de organoides celulares diseñados para simular las estructuras y funciones del cerebro humano, como la corteza cerebral, el hipocampo o incluso redes neuronales primitivas.

Explica Carrara que “el cultivo de organoides cerebrales comienza con la programación de células madre en un entorno tridimensional que simula las condiciones del entorno embrionario. Las células se auto-organizan en estructuras que imitan la arquitectura del cerebro mediante la adición de factores de crecimiento y la modificación de las condiciones de cultivo. Este proceso requiere técnicas avanzadas de cultivo celular y una comprensión profunda de la biología del desarrollo. El mismo proceso se puede realizar con las iPSC sin problemas morales derivados de la producción y destrucción de embriones humanos”[2] [la traducción nos pertenece].

Este tipo de estructuras plantea alternativas muy prometedoras vinculadas a la investigación en materia de Alzheimer, Parkinson o autismo, así como un entorno para el testeo de eficacia y seguridad de medicamentos para enfermedades neurodegenerativas que se asemeja más al humano que el ofrecido por la investigación con animales e, incluso, con menor costo asociado. Se destaca también el potencial para el desarrollo de medicina personalizada a partir del cultivo de células del mismo paciente y la evaluación de interacciones farmacológicas basadas en características genéticas y celulares individuales.

Una valoración ética

El autor propone el despliegue de un método filosófico y “neuro-ético”, una “reflexión sistemática que trata sobre la neurociencia e interpretaciones de la misma investigación cerebral” [3] [la traducción nos pertenece].

La propuesta parte del reconocimiento del notable impacto que las tecnologías bajo estudio tendrían en el ámbito de la investigación científica y del desarrollo de tratamientos neurológicos y de una serie de dilemas éticos, intrínsecos y extrínsecos, asociados.

Entre los intrínsecos Carrara destaca “cuestiones teóricas, como la creación ética y la experimentación con quimeras humano-animales y el desarrollo de organoides cerebrales conscientes que podrían experimentar dolor y sufrimiento”, así como la compleja cuestión del estatus moral de tales estructuras. Destaca además cuestiones de naturaleza antropológica, los que poseen efectos prácticos, morales y sociales. Se da cuenta de los debates actuales en torno al estatus moral y la naturaleza jurídica de los organoides, en la medida en que fueran capaces de desarrollar conciencia o capacidad de cognición.

Las consideraciones extrínsecas, enseña, se refieren al modo de recolección de material biológico humano, a su producción, a su titularidad y eventual comercialización. Se menciona, por ejemplo, la complejidad para establecer estándares de consentimiento informado para la donación de células destinadas a la investigación de organoides, en la medida en que se torna dificultosa la claridad correspondiente para abordar la posibilidad de usos eventuales tales como la generación de entidades sensibles o semi-sensibles.

En términos sociales, el trabajo pone de relieve el riesgo de no garantizar un acceso equitativo a los méritos de estas biotecnologías, de los avances médicos y de las nuevas terapias que aparezcan y de incrementar, en consecuencia, las desigualdades presentes.

La cuestión de fondo planteada por el autor supone evaluar si resulta neurocientífica y filosóficamente correcto presuponer que a partir de una réplica orgánica o sintética del cerebro humano podrían emergen funciones humanas como la sensibilidad, la percepción, el dolor, la conciencia y la inteligencia.

Frente a ello, propone una perspectiva que trascienda la mera operatividad, en favor de una “comprensión integral de la mente, que abarca no sólo nuestros pensamientos, emociones y recuerdos, sino también nuestras conexiones con los demás y el mundo que nos rodea”.

Incidencia en el plano jurídico

Como toda problemática bio-ética, la actualidad en el ámbito de las neurociencias exige la consideración de diferentes aristas. Entre otras, la mirada jurídica se impone en orden a proporcionar un marco de referencia, un código de conducta éticamente aceptable para el desarrollo de la investigación con organoides.

Esta perspectiva resultaría también necesaria en la medida en que se vislumbre la existencia de entidades autónomas diversas de los que les hubieran dado origen, con la consecuente posibilidad de establecer nuevas relaciones jurídicas, independientemente del estatus jurídico que se les atribuyera.

En el trabajo comentado subyace una invitación al establecimiento de directrices éticas claras para regular la investigación, garantizando el respeto a la dignidad y los derechos de las personas de las que se derivan las células.

El cauce ético

Como conclusión, ante la potencia y los riesgos asociados a las tecnologías puestas de manifiesto luce imprescindible acompasar el desarrollo científico con las exigencias éticas correspondientes.

Lo dicho supone reconocer los límites de la ciencia como instrumento que coadyuve al cumplimiento de los fines connaturales del Ser Humano, y a conducir su desarrollo por el cauce de lo éticamente correcto.

Se trata, en definitiva, de acompañar de cerca los desarrollos científicos para que, en efecto, su novedad sea sinónimo de evolución y que no se convierta en una amenaza para la comunidad humana.

Tal como enseña el profesor Carrara, se trata de “navegar cuidadosamente el panorama científico y ético a medida que este campo avanza, subrayando el equilibrio crítico entre la ambición científica y la responsabilidad ética”.

Informe de Leonardo Pucheta


[1] Alberto Carrara, Brain organoids and “organoid intelligence”: a neuroethical critique, BIOETHICS UPdate 2024;10(2):97-104. Disponible en línea en https://www.bioethicsupdate.com/frame_eng.php?id=79 [Último acceso el 07/01/2025].

[2] Alberto Carrara. Op. Cit.

[3] Alberto Carrara. Op. Cit.