Por Robert P. George
Con la muerte de Antonin Gregory Scalia, Estados Unidos perdió a uno de sus mejores juristas y a un hombre que encarnaba el principio de fidelidad a la constitución.
Durante el curso de la historia de Estados Unidos, muchos juristas fueron descriptos como “figuras fundamentales de la ley”. Antonin Scalia se distingue por ser uno de los pocos por los cuales se justifica esa descripción.
El juez Scalia predicaba el principio de que la constitución debe ser interpretada en el modo que mayor honre el texto – las palabras escritas- entendido tal como lo hicieron aquellos cuya ratificación formó parte de la ley fundamental de la nación. Uno podría haber pensado que esto era simplemente sentido común. Pero el principio había sido ignorado o abandonado por juristas y profesores que buscaban expandir la autoridad de los jueces para invalidar por “inconstitucional” la legislación o para ejecutar acciones que ellos pasaron a considerar injustas, imprudentes o por alguna razón no deseables.
En nuestro tiempo, este impulso había sido principalmente evidente entre los políticos progresistas. Es lo que nos había dado la orden judicial de aborto legal en Roe vs. Wade y que judicialmente había mandado reconocer uniones del mismo sexo como matrimonios legales en Obergefell vs. Hodges. Antes en la historia de los Estados Unidos, primaba la jurisprudencia del laissez-faire económico de los conservadores, generando decisiones como Lochner vs. Nueva York, una sentencia de 1905 que abatió un estatuto de protección al trabajador que limitaba la cantidad de horas que podrían ser requeridas o permitidas para trabajar en la industria panificadora.
Para Scalia, los jueces que ceden al impulso de leer en los “derechos” u otros principios de la Constitución, que no se encuentran en el texto del documento o las consecuencias lógicas o el entendimiento original de sus disposiciones, traicionan el estado de derecho y se burlan de su juramento de fidelidad a la Constitución. “Lochnerizar”, como ha llegado a conocerse, ya sea por la causa del laissez–faire económico (como en Lochner en sí) o de la ética social liberal (como en el caso Roe y Obergefell), es privar al pueblo estadounidense del derecho a la gobernarse a sí mismo. Para los jueces, con el pretexto de hacer cumplir las garantías constitucionales, sustituir sus propios juicios morales y políticos de los juicios contrarios de los representantes elegidos por el pueblo es un asalto a la propia Constitución en cuyo nombre pretenden estar actuando.
Dado que varias “teorías” de interpretación constitucional (“constitucionalismo vivo”, “la lectura moral de la Constitución”) fueron desarrolladas por juristas y estudiantes de derechohaciendo un esfuerzo para justificar la usurpación judicial de la democrática autoridad legislativa, se tornó necesario para Scalia y otros defensores de la idea que la Constitución significa lo que dice –por ejemplo, lo que la gente que encuadró y ratificó sus disposiciones quiso decir con las palabras que usaron –darle un nombre a su “teoría” de interpretación constitucional. El nombre que ellos eligieron fue “originalismo” –remarcando la convicción de que el entendimiento público original de las disposiciones y principios constitucionales deberían guiar y gobernar a los jueces determinando si una ley o política debiera ser mantenido como válido constitucionalmente o declarado inconstitucional.
Nino Scalia no solo fue un “originalista” –el líder originalista de su tiempo- si no también un defensor de la igualdad de las tres ramas del gobierno en autoridad y responsabilidad en temas de interpretación constitucional, una visión que cuando se encarna es conocida como “departamentalismo”. En otras palabras, se había alineado con Abraham Lincoln y en contra del enemigo de Lincoln, el juez de la Corte Suprema Roger Brooke Taney, en respuesta a la pregunta si el legislativo y el ejecutivo deben siempre adaptar su conducta a la interpretación de la Corte Suprema sobre la constitución. Taney dijo que sí. Lincoln que no. Se planteó la cuestión de si Lincoln como presidente se consideraría obligado por la jurisprudencia favorable a la esclavitud de Taney en Dred Scott v .Sandford (derribando las restricciones del Congreso sobre la esclavitud en el territorio de Estados Unidos, y sosteniendo que los negros nunca podrían ser ciudadanos –ni siquiera los negros que eran libres-). En el primer discurso inaugural del Gran Emancipador, respondió que para las personas estadounidenses tratar a los jueces como supremos en interpretación constitucional sería para ellos “haber dejado de ser su propios gobernantes, habiendo, a esa altura, prácticamente resignado su gobierno a las manos de aquel eminente tribunal”.
Durante gran parte del siglo XX sin embargo, la supremacía judicial -vieja idea de Taney de lo que los jueces dicen rige, no importa qué; cuando la Corte Suprema pronuncia una sentencia es vinculante, no sólo para los tribunales federales inferiores, sino también para las ramas coordinadas del gobierno- era una especie de ortodoxia entre los profesores de derecho, abogados y jueces. Ponerlo en duda -para abrazar la posición de Lincoln- llegó a parecer escandaloso. Pero Antonin Scalia no sólo lo cuestionó, sino que lo rechazó. Y él lo rechazó por la mejor razón posible –de las razones de Lincoln- porque es incompatible con los principios republicanos de la propia Constitución. Para Scalia, como para Lincoln, el estado de derecho no era el estado de los jueces; y una decisión de la Corte Suprema era la ley para el caso (obligatorio para las partes), pero no necesariamente era la ley de la tierra (obligatorio para las otras ramas del gobierno).
En una conversación pública conmigo en la Union League en Filadelfia el año pasado, Scalia dijo que aunque en general es conveniente que el presidente y el Congreso acepten un fallo constitucional de la Corte, incluso si consideran que es errónea, no es siempre el curso apropiado; y ciertamente no es el curso adecuado donde un fallo de la Corte constituye una usurpación grosera de la autoridad legislativa, una tomajudicial de poder. Cuando se le preguntó por ejemplos, citó Dred Scott v. Sandford, Lochner v. Nueva York, y Roe v. Wade, casos en los que una mayoría de los jueces de la Corte Suprema, legislando abiertamente desde su sitial, inventaron derechos que no se encuentran en ninguna parte de la Constitución en un intento de imponer a la nación la opinión política de los jueces sobre cuestiones cargadas de moral de gran exposición pública en el momento.
Como jurista, Antonin Scalia era conocido por su duro interrogatorio a los abogados que comparecían ante la Corte, y por sus brillantes, coloridas, muchas veces combativas opiniones, muchas de las cuales tomaron forma de disidencias. Además de su decidida defensa del originalismo, se le recordará por su devoción al principio constitucional de la separación de poderes y sus esfuerzos para restaurar el federalismo -a pesar de su creencia de que la enmienda constitucional de la era progresista que prevé la elección directa de los senadores ha hecho la tarea imposible. (“El federalismo está muerto”, me dijo a mí y a nuestra audiencia en la Union League. “La Decimoséptima Enmienda lo mató. Está muerto, muerto, muerto”).
¿Cómo fue Nino Scalia como persona? Él era un hombre de poca paciencia y gran compasión. Decir que “no soportaba a los tontos” sería insuficiente. No tenía ninguna tolerancia para los apáticos, vagos, cazafortuna, burócratas o polizones, y no iba a doblar la ley para nadie, ni siquiera si él personalmente creía que la ley era demasiado dura. Pero como sus amigos de todas las tendencias políticas atestiguan por unanimidad, él era capaz de gran bondad y generosidad. Él era un hombre de gobierno limitado, tanto por una cuestión de filosofía política como de derecho constitucional, pero creía firmemente en la responsabilidad personal, incluyendo el deber de la caridad con los que sufren o están en necesidad.
Un católico devoto, Scalia ni ocultó ni hizo alarde de su fe. Cuando se le preguntó acerca de sus creencias, habló de sus compromisos cristianos sin atisbo de vergüenza. No se avergonzaba del Evangelio. En un discurso ampliamente publicitado, recordó a sus hermanos cristianos, las enseñanzas de San Pablo, instándolos a ” tener el valor de que su sabiduría sea considerada como estupidez: Seantontos por Cristo”. En una entrevista con un ateo (y, a decir verdad, bastante incrédulo) reportero de la revista New York, él confesó su creencia en la existencia del diablo, señalando que el padre de la mentira se ha vuelto “astuto” en el período moderno, animando a la gente no sólo al pecado, si no a descreer tanto de él y como de Dios.
Entre aquellos -incluyendo, por desgracia, algunos en el mundo académico – que aún se encuentran en las garras del fanatismo anticatólico que Arthur Schlesinger, describió como “el prejuicio más profundamente arraigado del pueblo estadounidense”, el candor de Scalia al hablar de su fe ha dado lugar a una excéntrica teoría de que el originalismo de Scalia era, en realidad, una especie de cubierta para la resolución de los casos constitucionales en la manera que mejor se adecuara a la doctrina católica. Más allá de reírse efusivamente de tal malicioso disparate, lo menos que se dijera sobre eso y de las personas que lo publicaban, mejor. Scalia mismo lidió con ello al notar que estaba prohibido por una enseñanza de su fe la manipulación de la Constitución, por cualquier razón, incluyendo hacer que la ley se ajuste a las enseñanzas de su fe: “No mentirás”.
Una de las cualidades más notables de Antonin Scalia fue su don para la amistad, un don que le permitió formar vínculos profundos y duraderos de afecto a pesar de las diferencias religiosas, morales o políticas. Su amigo más cercano en la Corte Suprema era la leal liberal Ruth Bader Ginsburg (con quien también había sido miembro de la Cámara de Apelaciones del Circuito de DC). También se hizo amigo de su colega liberal más joven, más moderna, Elena Kagan, a veces arrastrándola con él en viajes de caza. El progresismo acérrimo y el firme rechazo del originalismo de la jueza Kagan no disminuyeron su afecto o respeto por ella en lo más mínimo.
Sherif Girgis, un candidato doctoral en filosofía en Princeton y un estudiante de derecho en Yale (y co-autor junto con Ryan T. Anderson y conmigo de Qué es el matrimonio? Hombre y mujer: Una defensa), ha resumido perspicazmente la atracción especial y bastante notable hacia los estudiantes de derecho y otros jóvenes que estuvieran interesados en derecho constitucional:
En un ámbito marcado por maniobras intelectuales, emperifollamiento, y comparaciones mutuas, el juez Scalia audazmente profesaba cosas que muchos de sus seculares y liberales colegas académicos, pensaban ingenuo e inocente – originalismo, patriotismo, fe en Dios. La brillantez y la pura joie de vivre que rebozaba su escritura y llenó la habitación cuando habló hizo sus ideales atractivos para los jóvenes (a menudo a través del oculto curriculum legal de sus disidencias), y desafió a los adversarios a entrar en combate intelectual.
Nino Scalia fue un esposo fiel y amoroso para Maureen, su brillante mujer educada en Radcliffe, de 55 años y un padre maravilloso con sus nueve hijos.
Personalmente, estoy en deuda con él por muchos gestos que tuvo. Cuando fui instalado como profesor McCormick de jurisiprudencia en Princeton, él estaba aún más contento por el honor que había recibido que lo que yo estaba. Cuando creé el Programa James Madison sobre ideales e instituciones, me preguntó inmediatamente qué podría hacer para ayudar en el avance de su misión. Dictó clases cuando lo invité en numerosas ocasiones a Princeton y a otros lugares y siempre estaba dispuesto a recibir grupos de mis estudiantes como invitados a alegatos orales en la Corte.
Nino fue un querido amigo y lo extrañaré.
Con la muerte de Antonin Gregory Scalia la nación perdió uno de sus mejores juristas y un hombre que encarnó el principio de fidelidad a la constitución. Requiescat in pace.
Robert P. George es profesor McCormickde Jurisprudencia en Princeton y un profesor invitado en la escuela de derecho de Harvard.
Publicado el 16 de Febrero de 2016 en http://www.thepublicdiscourse.com/2016/02/16478/
Agradecemos a Public Discourse la autorización para publicar esta columna
Traducción de Belén Abbondanza