En ocasión de los cincuenta años de la bioética, el momento se torna propicio para reflexionar sobre el estado de la disciplina, tanto en términos globales como desde las características de sus variados y crecientes ejes temáticos. En razón a esta consigna, en las siguientes líneas desarrollaré un breve análisis sobre los nudos que la bioética viene enfrentando con relación a la manipulación del cadáver desde el ámbito biosanitario, enfatizando el punto de vista de la bioética personalista e intentando proyectar algunos posibles escenarios futuros.
El cadáver ha ocupado un nebuloso e incómodo lugar en la historia del hombre. Desde su uso como objeto de estudio morfológico hasta las últimas aplicaciones en trasplantes o bioingeniería, el tratamiento y conceptualización del cuerpo muerto siempre ha sido modulado en razón a su utilidad y no en función de sus características intrínsecas.
Tradicionalmente los dilemas entorno la utilización del cadáver en la práctica biomédica están relacionados a la licitud/ilicitud moral de las técnicas aplicadas, así como el impacto sociocultural que ellas generan. En esta danza argumentativa concurren corrientes permisivistas, prohibicionistas y normativistas, todas atravesadas por un reduccionismo en el abordaje del cuerpo humano muerto –ya sea porque lo consideran un mero despojo material; o le otorgan un proteccionismo exacerbado de cuño espiritualista; o lo conciben como un bien jurídico de disposición relativa. De cualquier forma, la propuesta fragmentaria de estas corrientes contiene metodológicamente un sesgo a ser superado.
En oposición, la propuesta personalista, con la cual nos identificamos, se propone dialogar con las más variadas dimensiones humanas en la construcción de un abordaje holístico que resalta en todo momento su dignidad perene. Así como el hombre no puede ser reducido a conveniencia, el cadáver humano –como continuación fenoménica– no debe ser analizado apenas desde sus fragmentos conceptuales o estructurales. En razón de ese abordaje integrador, tanto de la vida como de la muerte, nuestro enfoque entiende que “el cadáver humano es sustrato orgánico degradable y memoria espiritual perdurable como único; soporte de una dignidad especial ordenada tras la muerte de la persona, que revela respeto y sacralidad por convención social, por unión divina o por intuición fundamental” [1]. Desde allí, desde una consideración superadora, toda discusión sobre su tratamiento –usos, técnicas, fines y alternativas– posee mejores chances de ser conducente con sus peculiaridades.
La nueva agenda para el cuerpo humano
Un cuerpo lo es por su composición físico-química y sus limitaciones temporales y espaciales. Ya la corporeidad es la “manifestación interior” de “algo” perceptible desde el exterior, es decir, una noción más amplia. En función a esto, Lucas Lucas subraya que “no vemos el cuerpo de un hombre como un simple cuerpo, sino siempre como un cuerpo humano” [2]. Esta amplitud no es otra cosa que la impronta de la co–sustancialidad cuerpo y espíritu, particular a la persona y núcleo de su dignidad ontológica. Como todos los actos humanos son también co-sustanciales, la corporeidad participa de la vida moral de la persona, en consecuencia, el cuerpo humano posee un valor moral [3]. El cuerpo muerto, por su parte, contiene/retiene dicho valor en razón a la mencionada continuidad fenoménica con la persona. Por este motivo, el cuerpo humano, vivo o muerto, no puede ni debe ser abordado desde la limitada perspectiva instrumentalista/materialista. No obstante, frente a esta verdad antropológica, las doctrinas contemporáneas alentadas por el poder biotecnológico intentan, de forma franca o velada, disgregar la unitotalidad de la persona. Sobre ese punto, Lafferriere es preciso al afirmar que “el cuerpo humano es percibido como escindido de la persona y como mero material biológico disponible, sistematizable y operable sin otro límite que el que surge de las posibilidades biotecnológicas” [4].
La crisis de valores, la ascensión del secularismo y la labilidad ideológico-política son cartas marcadas por la modernidad y que abalan el pensamiento del hombre sobre sus propias prioridades existenciales, asumiendo como consecuencia inicial la promoción de una sociedad pragmática, utilitarista y materialista; que, en el tema que nos ocupa, se patentiza en la desritualización de la muerte, la desacralización de los muertos y la banalización del cadáver. Como resultado, esa parte de la sociedad, despojada de sus parapetos morales y encandilada por una autonomía a ultranza, va encontrando nuevas y controvertidas formas de utilizar, descartar o resignificar el cadáver humano. En ese contexto no sería un exagero afirmar que la modernidad –con su brazo ideológico o su brazo empírico– está empeñada en desarrollar una nueva agenda para el cuerpo humano, es decir, para la parte “útil” del hombre.
La disposición del cuerpo muerto y el debate moral que supone
El debate sobre la disposición cadavérica ya tuvo por períodos más propositivos. Inclusive en los momentos más álgidos, el intercambio doctrinario llevó a establecer algunos criterios comunes que resguardarían derechos del hombre con relación a sus propios restos. La formalidad en la decisión o la extracomerciabilidad del cadáver –en consonancia con el valor intrínseco de la persona–, son algunos ejemplos de aquello. En mi opinión lo que se observa más recientemente es una tentativa de apagar definitivamente del debate el criterio moral para tal disposición, introduciendo una amplia concesión –liberalista y normativista– para el uso del cadáver humano en las más diversas áreas. Esta concesión se relaciona estrechamente con el surgimiento de nuevos usos o destinos para el cuerpo muerto –total y/o fracción– tales como el desarrollo de biocomponentes, crio-experimentación, aplicaciones biotecnológicas a partir de restos cadavéricos, bio-arte, entre otros.
Esa alianza ideológico-normativa que en algunos temas propugna una amplia libertad en la disposición sobre el propio cuerpo, paradójicamente, también defiende el avance del Estado en la apropiación del cuerpo muerto –sus órganos, tejidos o células. Un claro ejemplo es la cíclica disputa sobre consentimiento formal vs. consentimiento presunto para la donación cadavérica. En esta materia, la propuesta relativista se empeña en jerarquizar, de manera equivocada, la legítima necesidad social de la donación por encima de la voluntariedad del titular.
Por su parte, la propuesta personalista defiende el respeto por la sana voluntad del titular de decidir consciente, formal y altruísticamente la cesión de sus futuros restos mortales. Si se examina el panorama jurídico de la región, la preocupación que emerge es el reciente avance en la incorporación y aceptación de la figura del consentimiento presunto. En ese sentido, uno de los desafíos de la bioética personalista será el de buscar mecanismos para que su mensaje tenga mayor incidencia en los espacios deliberativos y decisorios –sociales, políticos o judiciales.
En otro orden, el problema de la comercialización de componentes separados del cuerpo humano es también preocupante. El tránsito internacional de partes cadavéricas para desarrollo biocomponentes –válvulas, prótesis, mallas de tejido– es una actividad comprobadamente conexa a la captación, recuperación y distribución ilegal [5]; por tal motivo, merece ser encarado con sumo rigor. La insuficiente legislación internacional sobre componentes humanos –property rights–, jurisprudencia desfavorable y el exiguo tratamiento académico sobre el asunto son algunos de los factores que han permitido el surgimiento irregular de esta actividad. Resulta imperativo que la bioética ilumine con mayor agudeza este tipo problemática, que, a pesar de no tener gran repercusión dentro del panorama global de la disciplina, constituye otro frente de transgresión a la dignidad humana.
El cadáver en la didáctica médica del siglo XXI
Desde el inicio del aprendizaje empírico el cadáver humano ha sido valiosísimo para el desarrollo del conocimiento morfológico del hombre y, en consecuencia, para la formación profesional de los médicos. Actualmente ese carácter histórico es vigorizado por manifiestos de sociedades científicas, publicaciones y opiniones de expertos, las que, con diferentes matices, consideran al cadáver humano como “imprescindible” o ”insustituible” para la didáctica médica” [6]. Me parece que ese tipo de adjetivación posee dos grandes defectos: Primero, es superlativa y desconexa del nuevo escenario pedagógico. Segundo, como exacerbación tecnicista, soslaya las complejas relaciones entre los elementos ético-normativos que están involucrados durante todo el proceso –disposición, captación, manipulación y depósito final del cuerpo a ser estudiado. Uno de los problemas de sobredimensionar la cualidad pedagógica del cadáver es que esto deriva en una incesante búsqueda de piezas cadavérica por parte de los estudiantes, quienes frecuentemente acaban apelando a medios ilegítimos o ilegales para su obtención [7].
En la región se han llevado a cabo varias tentativas de viabilizar la adquisición de cuerpos para fines de estudio [8]. Cadáveres no identificados, no reclamados o socialmente marginalizados, generalmente son destinados a los anfiteatros de las facultades de medicina; a veces, sin considerar la voluntad previa del fallecido, sin realizar una exhaustiva búsqueda de familiares o inclusive sin agotar todos los recursos disponibles para su correcta identificación. Estas incongruencias, que curiosamente terminan incidiendo en los sectores más vulnerables de la sociedad, parecen reforzar la idea de que “los tratados desigualmente en la vida fueron tratados desigualmente en la muerte” [9].
La expansión del teleaprendizaje, la hiperconectividad digital y la realidad virtual han iniciado un proceso de transición hacia el estudio multiplataforma. Estas tecnologías se muestran como una alternativa complementar al modelo cadavérico para el estudio de la anatomía humana. Ya en las disciplinas donde dicha transición no es metodológicamente posible, resulta necesario extremar los esfuerzos para evitar cualquier manejo inadecuado del cuerpo muerto.
En vista de esta nueva etapa de la didáctica médica, la bioética personalista deberá seguir insistiendo en el “abordaje holístico”, para que, ya sea en el estudio directo del cadáver o en su complementación virtual, no se pierda de vista el enfoque humanista que al final de cuentas es lo que inspira conocer al hombre. “La arquitectura corpórea es testigo de la perfección biológica del hombre y sus particularidades constitucionales, étnicas y accidentales son la impronta de las contingencias humanas. Por dentro de ello, o más bien por encima de todo, existió una persona, un proyecto vital y un sentido para que esa vida sea vivida. Utilizar un cadáver, hueso u órgano para enseñar tan solo una fracción de lo que se puede aprender de él, es simplemente una chance perdida” [1].
¿Vida eterna o cadáver eterno?
Las ideas de inmortalidad no son recientes, relatos históricos y literarios retratan de forma vasta la tragedia del hombre en su búsqueda por la vida eterna. La ambrosia de los griegos, el jade de los chinos o la ansiada piedra filosofal de los alquimistas de occidente, todas tentativas infecundas de alcanzar la eterna juventud, derrotar la muerte y establecer la supremacía del hombre sobre la naturaleza. Pese a los curiosos antecedentes, parece que el hombre nunca llevó tan a serio su negación y repudio a la muerte como en la actualidad. De hecho, los poshumanistas de esta nueva sociedad tecnificada ya han elegido y depositado sus esperanzas en un nuevo elixir: “la biotecnología”. En ese diapasón, toman sentido las palabras de Leo Pessini cuando afirmaba que “los poshumanistas no creen que la biología sea un destino, y sí algo a ser superado, porque, según ellos, no existe ley natural, solamente maleabilidad humana y libertad morfológica” [10].
Dentro del escopo que nos ocupa, la criogenización es una de esas aspiraciones tecnicistas para el siglo XXI. Esta representa el rechazo a la finitud corpórea, el desaprecio por la espiritualidad del hombre y, en última instancia, la negación de Dios integrador. Contra gran parte de la evidencia formal –lógica y científica– [11], congelar un cuerpo muerto con la promesa de una futura “resurrección tecnológica”, y además servirse de enormes lucros por ese servicio, debe ser motivo de un enérgico reproche ético. La criogenización en su apócrifo intento por “preservar la vida corpórea”, acaba irrespetando, disminuyendo y condicionando los restos humanos a un estado de “cadáver eterno”, privándolo de un destino final digno.
De fondo subyace el problema de la ultraespecificidad del consentimiento para la disposición del propio cuerpo, pues hay que recordar que la gran mayoría de los cadáveres actualmente criogenizados, se encuentran en ese estado por voluntad anticipada de sus titulares. Esto incita indagar: ¿Cuán lejos puede llegar la especificidad de las directrices anticipadas en relación al propio cuerpo?
Para la bioética personalista, los límites de toda disposición corpórea siempre deberán estar regidos por la centralidad del hombre y el respeto a su dignidad, por encima de cualquier interés conflictuante ya sea de naturaleza social, cultural o individual.
A modo de cierre
En los cincuenta años de la bioética y pensando en los años venideros, nuestra disciplina precisa reverdecer su relevancia social, su capacidad para dialogar entre saberes, así como su epistémica virtud de mediar la pluralidad de posiciones. A la vez debe profundizar su rol humano-humanizante, vigorizar su carácter provocador y, sobre todo, persistir de manera irrenunciable en la defensa de la dignidad humana, en toda condición, en todo momento y en todo lugar.
Informe de Jorge Armando Guzmán Lozano
Referencias
[1] Guzmán Lozano, J. A. Aspectos bioéticos y jurídicos del manejo del cadáver : un análisis del estatus mortem y su consonancia ética en la praxis. [en línea]. Tesis de maestría. Pontificia Universidad Católica Argentina: 2018. Disponible en: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/8979
[2] Lucas Lucas, Ramón. Antropología y problemas bioéticos. Biblioteca de autores cristianos. Madrid: 2001; p.16.
[3] Quijano E, Asselborn E. Introducción a la Filosofía y Antropología Filosófica. Facultad de Derecho Teresa de Ávila UCA: 2010; p. 120. Disponible en: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/5362
[4] Lafferriere, Nicolás. El cuerpo humano a debate: Reflexiones Jurídicas. Prudentia Iuris. N. 83: 2017; p. 382. Disponible en: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/2824
[5] Wilson K, et al. Los cadáveres humanos son el botín en una búsqueda global de ganancias. Skin and Bone. ICIJ. 2012. Disponible en: https://www.icij.org/investigations/tissue/
[6] Biasutto S et al. Situación de las universidades argentinas y latinoamericanas en relación al material cadavérico para la enseñanza de la Anatomía. Rev Arg de Anat Clin. 10 (2): 2018; p. 52-76. Disponible en: https://doi.org/10.31051/1852.8023.v10.n2.20631
[7] Etchenique, Ma. Belén. (22/05/2016). Coleccionistas de huesos: los estudiantes y la complicada misión de armar el esqueleto. Clarín. Disponible en: https://www.clarin.com/ciudades/Coleccionistas-estudiantes-complicada-mision-esqueleto_0_VJ4p63UMb.html
[8] Ver el inciso E3.3.4. del “Protocolo para el tratamiento de cadáveres, nacidos muertos, segmentos y partes anatómicas en hospitales del GCBA” (2014). También: Ley nº 15.985, de 22.03.16; (D.O. 04.04.16). “Conselho Estadual de distribuição de cadáveres para fins de ensino”.
[9] Sociedad Anatómica Española. Acta de Madrid: Sobre instalaciones y entorno de una sala de disección. Universidad Complutense de Madrid: 7 de febrero de 2015; p. 34.
[10] Pessini, Leo. Bioética e o futuro pós-humano: Ideologia ou utopia, ameaça ou esperança? Encontros Teológicos. 67 (29): 2014; p. 118. Disponible en: https://facasc.emnuvens.com.br/ret/article/view/127/118
[11] Shermer, Michael. Nano Nonsense and Cryonics. Scientific American. 285: 2001; p. 29. Disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/nano-nonsense-and-cryonic/