Sin duda, el nacimiento de Louise Brown, el 25 de Julio de 1978, la primer bebé concebida extrauterinamente, marcó un hito en la historia de la humanidad, dando inicio a una nueva era, que implica una manipulación por el hombre de aquello que desde antiguo había querido dominar: la capacidad de generar vida humana más allá de las posibilidades naturales; alcanzando así un nuevo poder nunca antes imaginado y adquiriendo un rol protagónico en el origen mismo de su existencia, perjudicando muchas veces con esta intervención al ser humano en las primeras fases de su desarrollo.
A esta situación se suma que, desde hace algunos años, se escucha de manera –cada vez más frecuente- la gestación o nacimiento de muchos niños, a lo largo del mundo entero, por alguna técnica de fecundación artificial.
Frente a estos acontecimientos, en principio, resulta imposible desconocer el papel importantísimo que la investigación científica tiene en el desarrollo de las sociedades, pero es necesario preguntarse si deben establecerse límites a la experimentación con la finalidad de evitar aquellas acciones que atenten contra la vida humana y que impliquen su degradación. Por ello, la ciencia no puede ir más allá de sus posibilidades materiales, olvidando el bienestar del hombre y la comunidad, subordinando al primero a la “utilidad de la sociedad”, sino que debe fijar sus objetivos a partir de valores que respeten la condición de persona inherente a todo ser humano, los que muchas veces se ven contradichos por estos procedimientos.
Las técnicas de fecundación artificial tienen innumerables connotaciones morales y éticas ya que no sólo disocian el acto esponsal sino que implican la “creación” y “manipulación” de la vida humana en uno de sus estadíos más vulnerables. Un procedimiento de este tipo, implica -para los participantes- el sometimiento a un mecanismo de “reproducción” altamente sincronizado que se extiende desde el momento de obtención de los gametos hasta la implantación del embrión ya fecundado en el cuerpo de la mujer, atravesando este distintos procesos de selección para evaluar su “viabilidad” y “perfección”.
Más allá de estas cuestiones, uno de los temas del que poco se ha hablado desde la sanción de la ley 26862/13 (de reproducción médicamente asistida) es el vinculado a la obligación establecida por parte de esta norma a la realización y cobertura de las técnicas. Por ello, en unas pocas líneas queremos reflexionar sobre ciertas propuestas éticas relacionadas con el rol que desempeña el genetista –generalmente, médico de base- en la aplicación de determinadas “tecnologías reproductivas”.
Desde antiguo, ha existido preocupación respecto de la cuestión ética. Ejemplo de ello, son el juramento hipocrático utilizado desde la Grecia antigua y diferentes normas éticas y deontológicas que han ido surgiendo a lo largo del tiempo.
En este sentido, el acto médico no se reduce únicamente a la aplicación de una determinada tecnología para dar respuesta a la necesidad concreta que el paciente le presenta, sino que constituye -más bien- un acto volitivo que requiere una toma de decisiones que expresen “madurez” y “experiencia”, adquiridas en el ejercicio de su profesión y que le posibilitan ir incorporando esos avances científicos pero dentro de los límites demarcados por los valores sociales.
Además, no tenemos que olvidar, que muchas provincias de nuestro país cuentan con legislación específica referida a la ética médica y otras profesiones de salud que proponen pautas orientadoras para encaminar el obrar profesional en un recto sentido, y que para comenzar con el ejercicio de la profesión es necesario prestar juramento con toda la responsabilidad que esto acarrea.
Numerosas preguntas resuenan en mi interior: ¿existe alguna contradicción entre las técnicas de procreación artificial y el obrar médico?; ¿pueden los médicos negarse a llevar adelante estas prácticas?, si lo hacen ¿con qué recursos cuentan? ¿qué consecuencias esto conlleva?; ¿es moral el acatamiento de una ley de este tipo?; ¿es lícito obligar a los profesionales de salud que cumplan esta ley?; ¿se justifica vulnerar la libertad de las personas?; ¿es posible manipular la vida humana indefensa de esta manera?; como sociedad, ¿debemos tolerar estos atropellos?.
Sinceramente, espero que las instituciones más representativas de los profesionales de salud levanten su voz con mucha fuerza para hacerse oír e intentar evitar influencias externas en el libre ejercicio de la profesión, sobre todo en cuestiones como esta, donde la vida y la salud de la sociedad se encuentra involucrada.
Por Elisabet A. Vidal