En estos momentos la Justicia está decidiendo un caso sumamente difícil: el de una mujer víctima de trata, violada y embarazada, quien solicita se le practique un aborto.
La situación nos lleva a plantearnos, como sociedad, muchas preguntas, para las cuales lamentablemente el sistema jurídico, político y social parece no tener respuesta: ¿Por qué en nuestro país siguen aumentando las víctimas del delito y la inseguridad? ¿Por qué existe la sensación generalizada de que los verdaderos culpables de estas aberraciones nunca responden por sus conductas delictivas? ¿Por qué son otras personas, como en este caso la mujer en cuestión y su hijo por nacer, las que tienen que pagar, incluso con su vida? ¿Por qué, en lugar de producirse entre las dos victimas un sentimiento de solidaridad, se hace todo lo posible por separarlas para siempre? ¿Por qué son tan endebles las estructuras estatales para contener eficazmente a las victimas y generar los ámbitos para que finalmente, frente a todas las dificultades, se impongan la vida y la justicia?
El delito extendido, la inseguridad, la impunidad, el desinterés social, el sensacionalismo mediático, desembocan en la victimización de, al menos, dos personas: una mujer y un niño por nacer. De nada servirá que digamos y declamemos que ese niño aun no existe: cualquier mujer que ha estado embarazada sabe en el fondo de su corazón que desde el primer momento late en ella otra vida. Lo intuye con una fuerza y una certeza tal que, para negarlo, tiene que violentar su naturaleza más profunda y genuina.
Injustamente, algunas normas y pronunciamientos judiciales parecen sostener la legitimidad de cortar con el círculo del delito a través de la comisión de otro delito por parte de la víctima, al impedir el nacimiento del niño. A mi juicio, esto no hace más que agregar otro acto de violencia a los ya perpetrados. Incluso me cuesta creer que sirva para aliviar en su madre las dolorosas experiencias de explotación y violación que haya sufrido. Pero quizás, con el tiempo, pueda reconfortarse sabiendo que al menos ha podido dar a un niño la chance de vivir toda una vida.
Casos como éste no deberían suceder más. Como sociedad, es necesario que finalmente demos solución a los problemas de fondo, de una manera justa y desideologizada, sin excluir a nadie de sus derechos. Ya es hora de dejar de acumular fracaso tras fracaso social.
Informe de María Inés Franck.