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¿Y si en lugar de consignas usáramos las estadísticas?

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Por Lenin de Janon Quevedo

El debate por la despenalización del aborto en la Argentina tiene como eje dos argumentos con sustento estadístico que ocasionan un alto impacto en la opinión pública. Uno es el alarmante número de 500.000 abortos inducidos al año que constituiría la principal causa de muerte de las mujeres de edad fértil. El otro, es la asociación entre despenalización y descenso de mortalidad materna en la que se cita a países considerados desarrollados y cuyo ejemplo habría que imitar.

Como investigador, estudio el final de la vida humana, y la mortalidad materna es un dato estadístico afín. De ahí mi interés por los números disponibles que pudieran sustentar estos dos argumentos. Con ese objetivo revisé estadísticas vitales de organismos públicos nacionales y extranjeros, y publicaciones de organizaciones encargadas de políticas sanitarias a nivel mundial; obteniendo hallazgos que comparto a continuación.

CIFRAS MENTIROSAS

El número de 500.000 abortos inducidos, o provocados clandestinamente, no se constata en ningún reporte estadístico del Ministerio de Salud de la Nación. El dato es más bien una construcción para referirse a cifras entre 371.965 y 522.000, surgidas de la investigación de S. Mario y E. Pantelides sobre datos recolectados en el año 2000 y publicados en 2009. Tales cifras no son una medición, sino un cálculo que expresa la magnitud del problema y provienen de la aplicación de dos métodos diferentes. El primero, rectificó los datos oficiales, incrementándolos vía multiplicadores surgidos de la percepción de una treintena de encuestados acerca de la cantidad de abortos inducidos. El segundo, usó modelos matemáticos para deducir hábitos reproductivos a partir de un análisis tangencial, que incorporó constantes numéricas no obtenidas, ni validadas, en el medio local.

Contrariamente a quienes piensan que los 500.000 son una verdad irrefutable ―algo incompatible con la naturaleza de la ciencia―, tanto S. Singh, autora de uno de los métodos, como las investigadoras argentinas Mario y Pantelides, aclaran que el abordaje es impreciso y que los números debieran ser vistos como una aproximación y no una medición exacta. Estas últimas reconocen que de contar con datos propios del país (refiriéndose al segundo método) el número de abortos podría incluso ser negativo. El conocido epidemiólogo E. Koch, del MELISSA Institute, también objeta este tipo de encuestas por sobredimensionar los valores e incluir sesgos de selección, de memoria de los encuestados, y de ideología. Este investigador deduce que las cifras publicadas en 2009 estarían aumentadas 27 veces, y que para el año 2000, los abortos inducidos no superaría el número de 16.336.

Además del conflicto de intereses que menoscaba la objetividad y el juicio científico de las investigaciones cuando son patrocinadas por instituciones con agendas políticas ―algo no descartado para el caso―; los sesgos metodológicos también horadan la validez científica del estudio (robustez), depreciando su valor ético que es fundamental en la investigación en salud.

NÚMERO CUARENTA

En cuanto al rol del aborto como causa de muerte, el análisis del 2015 dio a conocer que ocupa el sitial Nº 40, correspondiendo al 0,5% de los 10.466 fallecimientos de mujeres en edad fértil (15 a 49 años). En la Argentina, el 80% de estas mujeres murieron por tumores (mama y útero), accidentes de tránsito, accidentes cerebro-vasculares, neumonía y suicidios, por nombrar solo las primeras.

También se identificó que el embarazo terminado en aborto ―categoría que incluye abortos espontáneos e inducidos― no ha sido la primera, sino la tercera causa de muerte materna, al menos desde 2009 en adelante. En 2016, hubo 43 fallecimientos por embarazo terminado en aborto que equivale al 17,56%, o tercer lugar, entre los 245 fallecimientos maternos; es decir, de mujeres que mueren durante el embarazo, parto y hasta el día 42 del postparto, por alguna causa relacionada con la gestación. Del mismo modo, se halló que las dos primeras causas de muertes maternas son las obstétricas directas (55,1%) e indirectas (27,34%); y entre las causas directas, la hipertensión arterial, las hemorragias y la sepsis ocuparon los tres primeros sitiales. Todas ellas son altamente prevenibles en la medida que sean atendidas a tiempo. El Ministerio de Salud ha informado recientemente que entre los fallecimientos por embarazo terminado en aborto en 2014, 2015 y 2016, solo en una parte de ellos ―es decir alguno de los 32, 39 y 31 fallecimientos respectivamente― pudo haberse ocasionado por aborto inducido.

DECENAS

Cada muerte es profundamente lamentable, pero los números son necesarios para generar políticas de salud. Sin perjuicio de buscar otros caminos, estos datos nos permiten establecer que fallecieron decenas; no cientos, ni miles.

La revisión de los datos que avalaran el segundo argumento reveló que cuando muchos países de Europa occidental despenalizaron el aborto ―desde fines de los 60 a inicios de los 90―, la mortalidad materna de esos estados ya había descendido sustancialmente antes de 1950; dicho de otro modo, ya llevaban entre 20 y 30 años con cifras muy parecidas a las actuales. Basta ver que antes de 1950 la reducción de la mortalidad materna promedió 46 puntos y luego de 1990, ya con aborto legal, fue apenas de 1,55 puntos. Por otra parte, ciertos países que incrementaron las restricciones, o mantuvieron penalizado el aborto, como Irlanda, Malta, Nueva Zelanda, algunos estados de Australia, o Polonia, reportan una mortalidad materna tan baja como la de aquellos países con aborto despenalizado. En tanto Sudáfrica, habiendo despenalizado el aborto en 1997, informa un preocupante incremento del 226% de la mortalidad materna a partir de la despenalización. Ya en nuestra región, Chile redujo 40 puntos de mortalidad en 35 años (1980-2015) sin despenalizar el aborto y ni siquiera la derogación de la causal “aborto terapéutico” modificó la tendencia decreciente que hoy lo ubica, junto al Uruguay, entre los países con mortalidad materna más baja de la región. Por su parte, Uruguay bajó 30 puntos la mortalidad entre 2001 y 2011, periodo precedente a la despenalización de 2012, fecha desde la cual la mortalidad ha aumentado 7 puntos; si bien aún no podríamos decir que esto constituye una tendencia. En suma, los datos no dudan en demostrar que despenalización y mortalidad materna son variables independientes una de otra y no se relacionan de manera causal.

ESTIMULADO

Del mismo modo, las estadísticas señalan que la condición de ilegalidad dificulta la obtención de cifras con rigurosidad metodológica; que no se pueden descartar imprecisiones en los registros; y que el sistema de clasificación (CIE-10) usado por la Argentina para homologarse con el mundo, no permite la distinción entre abortos espontáneos y provocados/inducidos. A pesar de esto, los números no descartan la posibilidad de elaborar cálculos epidemiológicos basados en estadísticas vitales confiables, tasas de poblaciones conocidas y mediciones más cercanas a la realidad.

Sin embargo, los números no alcanzan a dimensionar la complejidad del aborto como drama exclusivamente humano que muy probablemente quede inalterado, o a lo mejor hasta agravado, luego de la sanción de una ley que le confiera estatus de derecho; puesto que lo que no está prohibido por ley, está por defecto estimulado por la ausencia de prohibición.

Cualquiera que sea el resultado final, las muertes por aborto no menguarán mientras no se haga lo que ya hicieron otros países años antes de despenalizarlo, esto es: recolectar prolijamente los datos; profesionalizar y permitir el acceso a la atención gineco-obstétrica en el embarazo, parto y puerperio, con énfasis en los cuidados de emergencia; invertir en la educación de la mujer; mejorar el saneamiento ambiental; combatir la pobreza y emprender un verdadero compromiso político.

Mientras tanto, cuando se hable de los inexistentes 500.000, cuando se tergiverse la cantidad y las causas de muerte, y erróneamente se le atribuya a una simple modificación legal la razón del descenso de la mortalidad materna, sabremos que más que datos, están hablando de meras consignas políticas. Entonces, para procurar mayor objetividad, quizás convenga preguntar ¿y si usáramos las estadísticas?


Fuente: Publicado en Diario La Prensa, edición impresa, 10 de junio de 2018, p. 8.