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Aborto libre en debate

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El tema del aborto se ha instalado en nuestro país. Ello ha generado una notable proliferación de artículos periodísticos, de intervenciones públicas, de opiniones de personajes especializados, de dirigentes sociales y políticos o de referentes del mundo del espectáculo, de comentarios en las redes sociales y de discusiones en la vía pública, en equipos de trabajo, entre amigos y en la familia.

¿Es necesario debatir sobre el aborto?

Las manifestaciones esgrimidas sobre el tema, especialmente en medios de comunicación, dan cuenta de la necesidad de establecer bases sólidas para el diálogo, pues pareciera haber posiciones irreconciliables que dificultan un consenso constructivo.

Todas las intervenciones mediáticas o periodísticas a favor de la despenalización del aborto presentan las mismas características. Cada uno afirma lo que quiere, se grita un poco y luego no se produce ninguna síntesis superadora. Quienes presentan sus ideas se retiran intactos, sin haber hecho ningún reconocimiento a quien presentó mejores argumentos o pruebas sólidas. Se trata de monólogos de sordos. Se exponen posiciones irreconciliables como si tratara de discutir sobre los méritos de ser hincha de tal o cual equipo de fútbol: tema intranscendente y en el que cualquier posición es irrelevante y superficial.

Otro rasgo habitual es el desapego a la realidad más evidente. Es que lo que importa, parece, es simplemente repetir hasta el hartazgo eslóganes o construcciones discursivas dogmáticas, todas ellas ampliamente superadas en el ámbito de las ciencias. ¿Acaso alguno de los que debaten realiza alguna concesión ante pruebas irrefutables de la ciencia o razonamientos lógicos superiores?

Prueba de lo dicho es que aún hoy se afirma que la ciencia no brinda certeza respecto de la naturaleza de la persona por nacer; que en Argentina el aborto es la principal causa de mortalidad materna; que en los países en los que el aborto es legal la tasa de abortos y de mortalidad materna desciende; que “hay hijo” cuando hay voluntad o afecto de la madre.

Sin embargo, la ciencia brinda certeza respecto del momento exacto del comienzo de la existencia de la persona humana; en Argentina el aborto no es la principal causa de mortalidad materna; la existencia de un hijo en el vientre de la madre no depende de un reconocimiento subjetivo, ni de la causa del embarazo, sino de un hecho de la biología que resulta ajeno a nuestra voluntad; la única evidencia científica respecto de la disminución de la tasa de mortalidad materna es el acceso a la salud y bajo ningún concepto se halla asociada a la liberalización del aborto.

¿Es posible encontrar algún punto de contacto entre los que promueven el aborto y los que lo rechazamos?

Hay un punto en el que pareciéramos estar todos de acuerdo: Argentina es un país inequitativo. No existen dudas respecto de la falta de acceso a la salud, a la educación, al trabajo o a la vivienda, entre otros bienes esenciales, que aqueja a una gran porción de la población de nuestro país. Tampoco es difícil coincidir en que la violencia es uno de los rasgos más salientes de nuestra cultura actual, ejercida especialmente contra las personas más vulnerables, mujeres, niños, ancianos, personas en situación de calle, etcétera. Todos estos fenómenos no son nuevos y bien podrían servir para definir el estado general de la cuestión en las últimas décadas.

Otro punto de aparente acuerdo es la necesidad de ubicar los derechos humanos en un lugar central de la agenda política y que dicha preocupación trascienda el plano del discurso y se empiece a constatar en la realidad. El acceso a bienes elementales para el desarrollo del ser humano y el respeto sin excepción de sus derechos esenciales no puede quedar en una expresión de deseos o ser utilizado para atraer votos, es la exigencia más urgente que reclamamos a nuestros dirigentes.

Entonces, si estamos todos de acuerdo en que las inequidades destacadas, la violencia y los atentados contra la vida de las personas deben ser erradicados, ¿por qué insistimos en medidas que poco tienen que ver con ese cometido o que, en franca contraposición, plantean la eliminación de algunas personas en beneficio aparente de otras? ¿Acaso alguien puede sostener seriamente que el aborto contribuye de alguna manera a revertir alguna de las circunstancias de inequidad destacadas? No advierto de qué modo el aborto es menos violento que cualquier otra muerte procurada.

Necesitamos dialogar

Es imprescindible rescatar la razón como puente, como medio para el diálogo constructivo y la verdad como norte, sin la cual no podremos debatir realmente en torno a temas complejos como el aborto, la pobre calidad educativa, la inequidad social, la falta de acceso a la salud y a recursos básicos en nuestro país.

Lamentablemente, no parecieran estar sentadas las bases para ese tipo de debate. Más bien pareciéramos estar cediendo en el intento por arribar a consensos basados en evidencia científica, legitimando la “cultura del más fuerte”, en la que el poder de turno impone una visión particular de los asuntos y prescinde de argumentos racionales válidos.

¿Estamos debatiendo realmente?

Para que exista un debate debe haber diálogo y, para ello, es necesario aceptar los datos de la realidad y la evidencia científica que los demuestra. ¿Qué es el aborto? ¿Qué es un embrión? ¿Qué es el feto? ¿Cuál es la cantidad de abortos que se llevan a cabo en nuestro país? ¿Cuáles son las causas de la mortalidad materna?

Todos esos interrogantes tienen respuestas y no podemos darnos el lujo de seguir postergando la urgente respuesta integral y de fondo que la sociedad reclama, presentando posiciones reduccionistas, rígidas y carentes de fundamento como las que aún hoy desconocen el estatus de la persona por nacer o se apoyan en datos estadísticos falsos.

En este tema no hay medias tintas. Hay verdad y hay mentira. No podemos construir una sociedad justa e inclusiva basada en la mentira. Es mentira que la ciencia no brinda certezas respecto del momento de comienzo de existencia de la persona humana. Es mentira que el derecho no cuenta con herramientas de protección del vulnerable. Es mentira que debemos elegir entre la madre y sus hijos. Es mentira que no podamos salvar las dos vidas.

Decir “sí” a la vida

Cuando afirmamos con contundencia que no debe realizarse siquiera un solo aborto, cuando afirmamos el valor de cada vida humana, cuando destacamos que la existencia de un ser humano depende de un hecho de la biología y que el reconocimiento jurídico de los derechos humanos no debe tener excepción, no pretende emitirse un juicio de valor sobre las personas que por diferentes situaciones eligen el aborto. Estas personas reclaman nuestro acompañamiento y nuestra presencia, nuestra mirada y nuestro compromiso. Ello no significa, de todos modos, que quienes tienen a cargo el cuidado y la administración de la cosa pública deban flexibilizar la protección jurídica de algunas personas, abandonándolas con pretextos ideológicos sin fundamento científico, y cediendo en cumplir y hacer cumplir las normas que expresan una convicción común: que los derechos humanos son prioridad y que no existen personas de primera que importan y otras de segunda que puedan ser descartadas.

Decir “sí” a la vida implica acompañar a las madres, trabajar mancomunadamente en desterrar las circunstancias de base que las hayan puesto en situación de vulnerabilidad y ofrecer alternativas para el desarrollo de sus hijos. Decir “sí” a la vida es afirmar el valor de cada ser humano. Decir “sí” a la vida es proteger especialmente a los más vulnerables. Decir “sí” a la vida es incompatible con legitimar el aborto. El aborto es incompatible con la vida, lesiona, abandona, excluye y mata.

Es habitual escuchar: “El debate sobre el aborto no es una cuestión ética”. Cuesta rebatir este argumento, por su evidente falta de sentido. ¿De qué modo puede escindirse la defensa de cualquier derecho humano de la pregunta por “lo que es bueno”? Desde luego que el problema del aborto es una cuestión ética, como lo es la violencia contra la mujer, contra los ancianos, la falta de trabajo y de acceso a la salud o al trabajo. Cualquier ley, de hecho, expresa un juicio de valor de la sociedad. Cuando se prohíbe una conducta se expresan dos ideas: el bien que debe protegerse y la conducta que debe evitarse.

De allí que el objeto del debate actual sea, en realidad, el valor que la sociedad argentina asigna a la vida humana y en particular, a la vida vulnerable. ¿Importan realmente los niños, las mujeres, los ancianos, los desocupados, los excluidos?

Sería muy esclarecedor determinar si en verdad deseamos una cultura que diga “sí” a la vida o si, por el contrario, agudizaremos la impronta individualista y violenta de la cultura del descarte, excluyendo cuando podemos incluir.

Por Leonardo Pucheta

Fuente: https://www.infobae.com/opinion/2018/04/08/aborto-libre-en-debate/